Literatura, filosofía, psicoanálisis

domingo, 1 de julio de 2018

DIARIO DE UNA CHICA ADOLESCENTE

Fundó las bases para el psicoanálisis de niños y en 1913 ingresó como miembro a la Asociación Psicoanalítica de Viena. Hermine von Hug-Hellmuth fue autora de una buena cantidad de artículos y libros y contó con la admiración y la confianza de Freud. A él le llevó un texto que supuestamente le habían acercado, llamado Diario de una chica adolescente, texto que Freud consideró una “pequeña joya”. Fue publicado en 1919 y Hug-Hellmuth se presentó como “la editora”. Hubo quienes creyeron que la adolescente era ella. O que lo había escrito de adulta. La controversia por la autoría resultó eclipsada por un escándalo mayor: Hug-Hellmuth fue asesinada por su sobrino, un joven de quien usó sueños y experiencias en sus textos. En aquellos años el psicoanálisis tenía muchísimos detractores y el nombre y la vida de esta pionera trataron de ocultarse. Así y todo, el Diario... terminó por vencer al tiempo y ahora por fin se traduce al castellano: por estos días lo distribuye Paidós, con traducción y nota introductoria (que aquí reproducimos) de Salvador Biedma y prólogo de Sarah Cohen.



por Salvador Biedma 
Podríamos decir que este libro es, al mismo tiempo, dos libros. Por un lado está el texto en sí, el diario de una chica en Viena fines del siglo XIX o principios del siglo XX, en una época y un lugar que resultaron cruciales para la historia del pensamiento de Occidente, con pasajes de indudable belleza y con la exposición desnuda de deseos, temores, celos y desencantos. Por otro lado está la historia que rodea al texto, vinculada íntimamente a los inicios del psicoanálisis y que termina en un caso policial.
El inglés Cyril Burt fue uno de los que acusaron a Hug-Hellmuth de haber escrito este libro ya adulta, a partir de recuerdos de su infancia (llamativamente, mucho después se encontraron pruebas de que Burt había falsificado datos en sus investigaciones). La psicoanalista siempre negó cualquier versión en ese sentido.En este sentido se suma el debate sobre la autoría del diario. Hermine von Hug-Hellmuth fue una pionera en muchos aspectos. Se presenta en el prólogo de este libro como “la editora” a quien le entregaron el texto y aclara que ha introducido modificaciones para preservar la identidad de quien lo escribió. Poco después de que se publicara –en 1919, con éxito– surgieron dudas sobre la autenticidad del diario.
Muchos datos de su biografía coinciden con lo que se lee en el diario: aprietos económicos que no se condicen con un origen noble, la muerte de la madre luego de una larga enfermedad, el padre militar, la educación católica, el complejo vínculo con la hermana... Si bien otros datos no concuerdan (Grete tiene un hermano varón, por ejemplo), sería en verdad sorprendente que Hug-Hellmuth y la autora del diario hayan vivido situaciones tan similares.
Hoy muchos aseguran que quien escribió el texto fue ella misma. Élisabeth Roudinesco y Michel Plon, por ejemplo, lo afirman sin plantear ninguna duda en su Diccionario de psicoanálisis. De ser así, podría tratarse de su propio diario de la adolescencia (acaso con agregados) o de un texto escrito en la adultez a partir de sus recuerdos, lo cual hubiese requerido un arduo trabajo literario para lograr verosimilitud. Resulta aventurado dar por cierta cualquiera de las teorías, más aún cuando muchos datos sobre la vida de “la editora” no son claros, las fuentes se contradicen y hasta fuerzan hechos para solventar alguna de las hipótesis.
En cualquier caso, si Hug-Hellmuth mintió en cuanto a su autoría, eso no invalida el valor del texto ni su significación para la bibliografía psicoanalítica. De hecho, parece insólito que no se hubiese traducido hasta ahora al castellano un libro que Freud recomendó en varias ocasiones y que consideraba “una pequeña joya” capaz de mostrar claramente “las agitaciones del alma” en la adolescencia.
Claro que el escándalo que se generó cuando la psicoanalistafue asesinada, en 1924 (todavía se intentaba controlar al máximo todo lo asociado al incipiente psicoanálisis), ayudó a que el nombre de Hug-Hellmuth quedase en la oscuridad. El propio Freud, se dice, mandó a retirar de circulación en 1927 este Diario de una chica adolescente.
Hermine von Hug-Hellmuth nació en agosto de 1871 en Viena. Su padre era un militar de origen noble y llegó a ocupar un cargo importante en el Ministerio de Guerra del Imperio Austrohúngaro. Su madre, que contaba con una valiosa formación cultural, murió de tuberculosis, tras un largo padecimiento, cuando Hermine tenía doce años. Desde comienzos de la década de 1870, la familia vivió apuros económicos.
Hugo y Ludovika, los padres de Hermine, se casaron en 1869. Cinco años antes, él había tenido una hija “ilegítima”: Antonia; según las convenciones militares y sociales de la época, él no debía casarse con la madre, de origen humilde. Con Ludovika decidieron hacerse cargo de Antonia y falsearon, al parecer, la fecha de nacimiento para inscribirla de un modo más sencillo.
Mientras trabajaba como docente, Hug-Hellmuth se contó entre las primeras mujeres que cursaron en la Universidad de Viena como estudiantes regulares; se graduó en Filosofía en 1909. Isidor Sadger, perteneciente al círculo de Freud, se transformó en su analista luego de tratarla como médico.
En 1911, ella escribió su primer trabajo psicoanalítico: “Análisis del sueño de un chico de cinco años y medio”. Quien le proveyó el material, el sueño, fue su sobrino Rolf, hijo “ilegítimo” de Antonia con un hombre casado (“tía Hermine”, dice el chico en el texto). A lo largo de su vida, Hug-Hellmuth publicaría una importante cantidad de artículos y dos libros: De la vida psíquica del niño y Nuevos caminos para la comprensión de la juventud.
Por intermedio de Sadger, entró en contacto con los miembros de la Asociación Psicoanalítica de Viena y en 1913 la aceptaron como miembro de la entidad. Estuvo no sólo entre las primeras mujeres, sino también entre los primeros integrantes no judíos de ese círculo. En general, se la ha descripto como alguien muy tímida.
Si bien –lógicamente– su labor recibió críticas, fundó las bases para el psicoanálisis de chicos, sobre las cuales trabajarían luego Melanie Klein y Anna Freud. El padre de Anna veía con buenos ojos a Hug-Hellmuth, tanto que la puso alfrente de una sección de psicoanálisis infantil en la revista Imago. En una carta a Karl Abraham de 1914, Sigmund Freud escribía sobre su nieto mayor: “La crianza estricta de una madre inteligente, ilustrada por Hug-Hellmuth, le ha hecho muy bien”. También citó a la psicoanalista en varias de sus obras.
Antonia Hug, la hermana de Hermine, murió en 1915 luego de padecer durante dos años los síntomas de la tuberculosis. Rudolf (o Rolf), su hijo, nacido en 1906, vivió a partir de entonces con diversas familias, tuvo distintos tutores y pasó también por varios internados para tratar sus problemas de conducta.
En septiembre de 1924, encontraron a Hug-Hellmuth muerta en su departamento. La había asesinado su sobrino. Según Rolf, él quería robarle, pero ella lo descubrió y él la mató sin intención cuando pretendía hacerla callar. Esto generó un nuevo escándalo en el ámbito psicoanalítico. Hubo quienes aprovecharon la conmoción para desautorizarla, remarcando que había usado para su trabajo experiencias del sobrino y que, según ciertas fuentes, también lo había analizado.
Rolf fue condenado a la cárcel y, cuando salió, le exigió a la Sociedad Psicoanalítica de Viena un resarcimiento económico por haberle provisto material de estudio a su tía. Le ofrecieron un tratamiento con Helene Deutsch. Él aceptó, pero nunca concurrió a una sesión con ella; sí la persiguió y la acosó en la vía pública. Deutsch, por su parte, siempre afirmó que creía en la palabra de Hug-Hellmuth sobre el Diario de una chica adolescente: “Sólo una muchacha pudo vivir las experiencias detalladas ahí y escribirlas de ese modo”.
El texto en sí expone con acciones y testimonios concretos mucho de lo que Freud venía teorizando; sobre todo, con respecto al descubrimiento de la sexualidad en la adolescencia. Aparecen insistentes fantasías y miedos sobre la menstruación, el matrimonio, las relaciones sexuales. Se desnuda la ansiedad por entender el mundo carnal de los adultos, se repite el deseo de conocer “todo” en ese sentido. También se relatan varias escenas edípicas, que llegan a su punto máximo cuando, tiempo después de la muerte de su madre, Grete plantea muy racionalmente la conveniencia del matrimonio entre un padre y su hija.
Resulta notoria la fascinación por algunas figuras, desde la profesora Malburg o Mallburg (aparece escrito de los dos modos) hasta los varones con los que coquetea, de su edad o más grandes, y con los que termina decepcionada por un motivo u otro. Idealiza a estas figuras por completo, las llama “Hada de Oro”, “Dios del Sol”, “heroico Siegfried”. Todo se vive con exageración juvenil, con la intensidad de un descubrimiento.
El cambiante y difícil vínculo con su hermana Dora, las quejas ante lo que le permiten hacer a su hermano Oswald porque es varón, su propio lugar como “favorita” del padre (Dora es la “favorita” de la madre) y de ciertos profesores, la desesperación por no ser considerada ya una nena, los conflictos escolares, los secretos con su amiga Hella, las inquietudes por la enfermedad de su madre o los primeros acercamientos amorosos se mezclan con el antisemitismo, la xenofobia, el clasismo, el valor otorgado a un título de nobleza o a un uniforme militar.
De un modo que puede parecer frívolo (por ejemplo, cuando trata de establecer con Hella el saludo heil, instituido por Georg von Schönerer, líder del nacionalismo alemán en Austria, considerado un predecesor directo de Hitler), Grete muestra muchos de los conflictos de la sociedad vienesa entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Un tiempo y un espacio bien acotados, en los que pudieron verse transformaciones que en otras partes de Europa requirieron un período mucho más extenso.
Hay que pensar que la ciudad pasó de tener alrededor de novecientos mil habitantes en 1870 a más de dos millones en 1915. Ahí llegaron a convivir Freud y Hitler y produjeron buena parte de su obra figuras como el arquitecto Adolf Loos, el músico Arnold Schönberg, el pintor Gustav Klimt o su discípulo Egon Schiele. En el año 1900, el brillante Arthur Schnitzler se burlaba con la novela El teniente Gustl de lo extemporáneo de ciertas convenciones de esa sociedad y de la militarización que se vivía, cosa que también se advierte en este diario. Como plantea Carl E. Schorske en La Viena de fin de siglo, la “élite cultural” de la ciudad tenía un aire provinciano a la vez que cosmopolita y combinaba posturas conservadoras con planteos de avanzada.
Desde esta perspectiva, el Diario de una chica adolescente adquiere el valor de un testimonio histórico en el que cabe leer el cambio de época y los orígenes de dos movimientos que marcarían a fuego la historia de Occidente: el psicoanálisis y el nazismo.
Foto grupal de los participantes al Congreso Internacional de La Haya, donde Hermine von Hug-Hellmuth presentó su paper “Sobre la técnica de análisis con niños”

sábado, 24 de febrero de 2018

Freud y Lacan: cuéntenme sus vidas

La biógrafa del psicoanálisis escribió un libro para explicar el inconsciente a los chicos
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por Alejandro Dagfal
Elisabeth Roudinesco vuelve a Buenos Aires después de 13 años. Historiadora del psicoanálisis, alumna de Lacan y de Deleuze, amiga de Althusser y Derrida, es una referencia ineludible para psicoanalistas e investigadores de la herencia freudiana en el mundo entero. Desde París conversa por teléfono sobre su exquisita formación y su influyente obra, traducida a más de 25 idiomas. Ahora llega con un pequeño libro bajo el brazo (El inconciente explicado a mi nieto), además de otro aún inédito: Diccionario amoroso del psicoanálisis. Viene a inaugurar el Centro Argentino de Historia del Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría de la Biblioteca Nacional, invitada por este Centro, el Instituto Francés y el grupo editorial Penguin Random House.
–Usted escribió sobre las perversiones, los grandes filósofos franceses del siglo XX, la “cuestión judía” y la actualidad del psicoanálisis. Ahora publica un libro de divulgación dedicado a los niños. ¿Qué la llevó a semejante cambio?
–Se trata de una colección muy particular, en la que se solicita a autores reconocidos que escriban para niños de 12 a 15 años. En esa colección hay libros que se plantean “cómo explicar el racismo a mi hija” o “cómo explicar el universo a mis nietos”. Yo elegí El inconsciente explicado a mi nieto (Libros del Zorzal). No fue fácil, porque el inconsciente es un concepto no tan fácilmente accesible. Aunque no se tratara de un tema “popular”, me parecía importante para el campo del psicoanálisis. Ahora bien, ¿cómo hacer para ilustrar ese concepto para chicos? Entrevisté a niños y niñas de 8 a 15 años, a quienes el libro está dedicado. Y la pregunta que les hice era “¿Qué es el inconsciente para vos?”. Los que tenían menos de diez años respondían: “Es cuando uno está loco”. Consideraban el inconsciente en el sentido de alguien que no tiene conciencia. Sin embargo, a partir de los 12 o 13 años, había un cambio. Y la respuesta era más bien: “Es lo que está escondido en mí”. ¡Es asombroso! Utilicé montones de ejemplos (como el de la parte sumergida del iceberg). También hay un capítulo sobre el sueño, obviamente. Y otro sobre el sexo (con ejemplos extraídos de historietas). Me divertí mucho haciendo ese libro.
–En París está por publicarse el Diccionario amoroso del psicoanálisis. ¿De qué se trata?
–También se incluye en una colección muy prestigiosa. Y me gustó mucho prestarme al juego que me propusieron (hay muchos otros “diccionarios amorosos”, de la arquitectura, del teatro). Como yo ya había escrito un diccionario “científico” del psicoanálisis (con Michel Plon, Paidós, 1999), tenía que hacer más bien un “contradiccionario”. Pero aquí no hay definiciones, conceptos ni países. El punto de partida fueron mis viajes, mis viajes “amorosos”. Como el psicoanálisis es un fenómeno urbano, hablé de mis viajes por las ciudades, contando cómo el psicoanálisis se había implantado en cada una de ellas. Es una suerte de paseo, pero totalmente arbitrario. Elegí temas (“amor”, “animales”, “ciudades”) y muchos títulos de novelas (porque muestran cómo el psicoanálisis penetró el mundo literario). Hay una entrada llamada “espejo”, en la que hablo de Lacan pero lo mezclo con Lewis Carroll. También hay otra sobre “La carta robada”, en la que narro la historia de las múltiples interpretaciones de ese cuento de Edgar Allan Poe. Pero no me sitúo en la perspectiva del autor, sino en la del detective. De modo que comparo a Auguste Dupin con Sherlock Holmes. Hice toda una lista con los apócrifos que erróneamente se atribuyen a Freud. Como el psicoanálisis es una de las disciplinas más injuriadas en el mundo, escribí una gran entrada sobre la “injuria”. Asimismo, hice otras improbables, inesperadas: Philip Roth, Italo Svevo, Marilyn Monroe pero no hay una entrada sobre Jung. Sólo lo abordé por su papel en Un método peligroso, la película de David Cronenberg. Es decir que, en el índice, van a encontrar a todos los protagonistas de la historia del psicoanálisis, pero desplazados; fuera de sus lugares habituales. En total, hay 89 entradas, que escribí con mucho placer. Es un recorrido literario sobre los lugares, las novelas, los mitos del psicoanálisis. Por supuesto, hay una dedicada a Buenos Aires…
–¿Qué representa Lacan para usted en la actualidad?
–Lo que queda en mí de Lacan son sus destellos absolutamente geniales. Algunos textos muy importantes, transgresiones extraordinarias, la capacidad de repensar el modelo freudiano en su conjunto a partir de la lingüística y la filosofía. Puedo decir incluso que hoy no estaría acá si no fuera por Lacan. Sin él, yo, hija de una psicoanalista, no me habría interesado en el psicoanálisis. Mi generación –la del 68–, de no haber sido por Lacan, habría seguido creyendo que el psicoanálisis era algo arcaico, un asunto de viejos médicos notables. Sin embargo, en los años 70, Lacan dio un impulso extraordinario a la reflexión intelectual sobre el psicoanálisis. ¡Mi deuda con él es enorme! El Lacan surrealista, el transgresor, el que supo situar el deseo, el del final, dedicado a los nudos borromeos… Su relectura de Antígona fue una verdadera obra maestra. Su reflexión sobre el amor místico, una muestra de profundidad y de talento. Lo que me parece trágico, sin embargo, es la herencia. Cuanto más fuerte es una teoría –y es el caso de la teoría de Lacan–, más se presta al dogmatismo. La herencia no se hizo efectiva. En todo caso, en Francia, la mayor parte de los lacanianos no logran repensar ese maravilloso legado intelectual y clínico. Les cuesta reflexionar sobre su situación actual, más allá del padre.
–¿Por qué escribió la biografía de Freud después de la de Lacan? ¿Por qué ir más allá de Francia?
–También se me impuso, pero de otra forma. Con Lacan, al principio, no tenía archivos, mientras que en el caso de Freud fue exactamente lo contrario. Había muchos archivos que ya habían sido utilizados y varias biografías, de tal suerte que el problema no se planteaba de la misma manera. Todo biógrafo, todo historiador debe saber perfectamente si es el primero que elabora una biografía o si es el último entre varios. En el segundo caso (que era el mío) está obligado a adoptar otra perspectiva. Por eso, Sigmund Freud: en su tiempo y en el nuestro (Debate) terminó siendo mi propia visión sobre Freud. De alguna manera, Peter Gay (1988) hizo de Freud un gran sabio racionalista inglés. Ya Ernest Jones había redactado la primera gran biografía, en tres tomos (1953/1957), con una enorme cantidad de fuentes. También estaba Frank Sulloway, que había considerado a Freud un “biólogo de la mente” (1979). Y, naturalmente, Henri Ellenberger (1970), que le había dedicado muchas páginas. Entonces, se me ocurrió usar todos los trabajos existentes sobre Viena para construir un Freud verdaderamente vienés, pero retomando la totalidad de su vida. En Francia, los analistas de la IPA (no creo que sea así en Argentina) tienden a vincular a Freud con las neurociencias y no con la cultura. Yo traté de hacer lo opuesto, mostrando cómo había abandonado la neurología para convertirse en un pensador universal de la cultura. Lo cual no excluye el aspecto clínico de su obra, por supuesto. En suma, mi libro sobre Lacan fue mucho más simple, porque yo era la primera. Con Freud fue más complicado, porque había que cuidarse de repetir lo ya dicho.
–Hablemos de usted. ¿Cómo fue su formación intelectual y política de fines de los 60 a principios de los 70?
–Estudié letras en la Sorbona, antes de mayo del 68. En un marco muy clásico y formal, estudiaba gramática y filología. Dicho esto, no fue en la universidad donde me formé en literatura, en historia y en teoría interpretativa, sino leyendo la revista Les Cahiers du Cinéma y yendo a la Cinemateca. Seguíamos a Hitchcock, Howard Hawks, Fritz Lang; a Renoir, Rossellini, Visconti. Además, más allá de las aulas oscuras de la Sorbona, rápidamente descubrí textos que me iban a acompañar en el futuro: La revolución teórica de Marx, de Louis Althusser (1965), Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss (1955), Sobre Racine, de Roland Barthes (1963) y Las palabras y las cosas, de Michel Foucault (1966). ¡Era muy estructuralista! Pero todo eso, en la Sorbona, estaba casi prohibido. En esa época también descubrí los Escritos de Lacan (1966), un hombre que conocía desde mi infancia, a través de mi madre, Jenny Aubry, que era psicoanalista. Gracias a mi formación, los textos de Lacan me resultaban accesibles. ¡Pero no había leído ni una página de Freud! Mi madre me impulsó a hacerlo. Ella también me ayudó a entender el nexo entre ese pensador genial que comentaba finamente la lingüística saussureana, el personaje extravagante con el que me había encontrado varias veces, y la experiencia clínica que el psicoanálisis implicaba. Más tarde, en cierto modo, me iba a tener que “deslacanizar” un poco para leer mejor a Freud. Después de obtener mi diploma en lingüística, en 1969 me inscribí en la universidad de Vincennes (que luego de la reforma de 1970 iba a llamarse París VIII). Para mi sorpresa, en ese campus provisorio y caótico, lo que a mí me gustaba leer coincidía con la enseñanza que recibía. ¡Era una situación excepcional! Había una gran efervescencia intelectual… Los estudiantes teníamos la impresión de asistir a la elaboración de un pensamiento vivo, a la “cocina” de libros por venir. Allí fui alumna de Michel de Certeau y de Gilles Deleuze. Hice la maestría con Tzvetan Todorov y luego terminé el doctorado en letras en 1975.
–Después de su monumental Historia del psicoanálisis en Francia escribió Lacan, tan polémico como exitoso…
–Era evidente que había que volver a Lacan. En el último volumen de mi Historia, yo lo había situado en el contexto de la historia del movimiento. Me di cuenta de que entonces había que hacer el trabajo inverso. Es decir, había que “extirpar” a Lacan de la historia del psicoanálisis en Francia para hacer un libro aparte. Mi problema con ese trabajo, que no es polémico en sí, es que la familia (Judith, la hija menor de Lacan, y su marido, Jacques-Alain Miller, el responsable legal de los derechos morales) no quería que lo hiciera en absoluto. Tampoco tenían archivos (y si los tenían, no me los quisieron dar). De modo que me vi obligada a buscar por el lado del hermano de Lacan, que aún vivía, de los hijos del primer matrimonio y de todos los que lo habían conocido. Puede decirse que para esta primera “biografía” de Lacan tuve que constituir mi propio archivo casi de la nada. En cuanto a las polémicas, siempre se produjeron con los psicoanalistas. Los lacanianos y los antilacanianos se unieron en mi contra. Cuando uno hace historia, nadie queda satisfecho.
–¿Qué efecto tuvo para usted Gilles Deleuze?
–¡Me encantaba Deleuze! Fui a su seminario por tres años. Fue quien, ya en los 70, me permitió deconstruir a Lacan (al igual que Derrida después). Para mí fue una etapa capital. El curso de Deleuze, junto con el de De Certeau, eran una forma de desdogmatizarme del lacanismo. Deleuze era fascinante, gran profesor. Aunque debo decir que Lacan entendía mejor la locura del mundo. Fue el mejor clínico de las psicosis.
–Usted fue miembro de la Escuela Freudiana de París, fundada por Lacan en 1964…
–Sí, entre 1969 y su disolución, en 1980. Paralelamente, empecé a asistir al seminario de Lacan. Entré a la Escuela en un momento en el que creía que todavía encarnaba la “subversión freudiana”. También me hice miembro del Partido Comunista en 1971, en un período muy particular, de desestalinización y de alianza con el Partido Socialista. En esa época, el PC se abría al mismo tiempo al estructuralismo (a Lévi-Strauss, pero no a Foucault) y a Derrida. Además, estaba Althusser, de quien me hice amiga, que daba un nuevo impulso a la renovación del partido y del freudismo. Lamentablemente, ambas instituciones entraron en crisis muy rápidamente. Por un lado, el fracaso del althusserismo y la ruptura de la unión de la izquierda hicieron que abandonase el PC en 1979. Por otra parte, en la Escuela Freudiana, en 1976 hubo una crisis por “el pase” (método para determinar el fin de un análisis), en un momento en el que la salud de Lacan empezaba a deteriorarse, y en el que muchos caían en la adoración de un ídolo cuyas enseñanzas repetían como un catecismo. Fue allí cuando mi voluntad de comprender lo que estaba pasando se transformó en deseo de interrogar la historia. Me pareció que el estudio de las condiciones de la implantación del freudismo en Francia podía, en cierto modo, esclarecer la situación actual.
Alejandro Dagfal es director del Centro Argentino de Historia del Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría (Biblioteca Nacional).