El libro La novela de Lacan (El cuenco de plata) se propone exponer los comienzos de Jacques Lacan desde una perspectiva novedosa y audaz. Se trata nada menos que de trabajar las documentaciones y cartas que se han descubierto en esta última década en la forma de una novela de formación. Su autor, Jorge Baños Orellana, apela a este recurso y consigue un resultado por demás interesante que nos relata en esta entrevista. Baños Orellana es médico psiquiatra y psicoanalista, y también escribió El idioma de los lacanianos y El escritorio de Lacan. También es miembro de la Ecole Lacanienne de Psychanalyse.
–¿Por qué la elección de una novela de formación? ¿Por qué privilegió este género frente al ensayo?
–En primer lugar, porque me dio la impresión de que era un capítulo que faltaba escribir dentro de la gran producción lacaniana. Por otro lado había ciertas exigencias de transmisión que ahora se podían satisfacer de otra manera. Cuando yo empecé a leer a Lacan –estoy hablando de los años setenta, ochenta–, había que empezar por lo que había, por los Escritos, por uno u otro seminario. Eso fue cambiando cada vez más, y creo que en los últimos diez años, en ese sentido, hubo una especie de revolución con respecto al acceso de materiales que en aquel entonces no teníamos. Es decir la posibilidad de ver cómo se formó el pensamiento de Lacan. Además no era sólo un capítulo pendiente, yo sentía que había una urgencia de ver si se podía renovar la transmisión de la obra de Lacan pudiendo enseñar las cosas desde un principio a la gente joven, que ellos podían tener un privilegio que nosotros no. Entonces sí, se presenta la cuestión de cómo manejar esos materiales. Surge la pregunta necesaria acerca de cuál sería la formación ideal y en función de esa exigencia y lo que se me fue imponiendo a partir de las demandas de los grupos de estudio que coordino fue empezar por los primeros textos, las cartas. Así se armó un primer borrador.
–En primer lugar, porque me dio la impresión de que era un capítulo que faltaba escribir dentro de la gran producción lacaniana. Por otro lado había ciertas exigencias de transmisión que ahora se podían satisfacer de otra manera. Cuando yo empecé a leer a Lacan –estoy hablando de los años setenta, ochenta–, había que empezar por lo que había, por los Escritos, por uno u otro seminario. Eso fue cambiando cada vez más, y creo que en los últimos diez años, en ese sentido, hubo una especie de revolución con respecto al acceso de materiales que en aquel entonces no teníamos. Es decir la posibilidad de ver cómo se formó el pensamiento de Lacan. Además no era sólo un capítulo pendiente, yo sentía que había una urgencia de ver si se podía renovar la transmisión de la obra de Lacan pudiendo enseñar las cosas desde un principio a la gente joven, que ellos podían tener un privilegio que nosotros no. Entonces sí, se presenta la cuestión de cómo manejar esos materiales. Surge la pregunta necesaria acerca de cuál sería la formación ideal y en función de esa exigencia y lo que se me fue imponiendo a partir de las demandas de los grupos de estudio que coordino fue empezar por los primeros textos, las cartas. Así se armó un primer borrador.
–¿Entonces fue pensando en un acceso a la lectura de Lacan?
–Desde el primer día que empecé a leer a Lacan tuve el mismo problema, como todo el mundo, y sucesivamente fui pensando primero que era un problema del estilo de él, que era oscuro, barroco (hay que tener en cuenta los textos que nos llegaban, los Escritos, los textos más duros) Pero, más tarde, cuando fui a participar de los encuentros de los lacanianos, tampoco los entendí a ellos. Entonces o abandonaba todo y me iba, o me quedaba y hacía algo con eso, que fue lo que hice con mi primer libro, El idioma de los lacanianos, que surgió de un problema personal de entender lo que decían los lacanianos y sobre todo de descubrir por qué hablan de esa forma.
–Desde el primer día que empecé a leer a Lacan tuve el mismo problema, como todo el mundo, y sucesivamente fui pensando primero que era un problema del estilo de él, que era oscuro, barroco (hay que tener en cuenta los textos que nos llegaban, los Escritos, los textos más duros) Pero, más tarde, cuando fui a participar de los encuentros de los lacanianos, tampoco los entendí a ellos. Entonces o abandonaba todo y me iba, o me quedaba y hacía algo con eso, que fue lo que hice con mi primer libro, El idioma de los lacanianos, que surgió de un problema personal de entender lo que decían los lacanianos y sobre todo de descubrir por qué hablan de esa forma.
–¿Y llegó a alguna conclusión?
–Yo creo que sí… Rápidamente me di cuenta de que había algo que me costaba entender de Lacan y que no tenía que ver con el estilo. A veces decía cosas incomprobables, falsas, o una fabulación, entonces de ahí salió como un anexo del libro anterior, otro que se llamó El escritorio de Lacan acerca de todos los trucos que él utilizaba para la transmisión. Cómo a veces para transmitir cuestiones verdaderas él tenía que hacer algunas tergiversaciones. Pero lo que se me fue imponiendo poco a poco es que Lacan no era alguien que pensaba solo, o que pensaba de la nada, o que no tenía en cuenta a quien lo escuchaba. Era un discurso en tensión. Entonces por un lado había que rescatar los conceptos, las ideas, el aparato doctrinario pero por otro muchas veces el sentido se perdía si no se tomaba en cuenta contra quién lo decía. Había un pensamiento contra, a veces contra sí mismo, con cosas que había dicho antes y esto a veces se materializaba en rivales del presente. Y si uno no puede reconstruir esas tensiones y cree que todo es hoy, puede cometer anacronismos. Y esto mismo hace que Lacan muchas veces se vuelva oscuro. Y en ese sentido me pareció que si había un momento de tensiones absolutas era en el comienzo. El se formó como un neuropsiquiatra en el mejor lugar del mundo para formarse como eran en ese momento los hospicios de París y se volvió psicoanalista en un ámbito donde el psicoanálisis –principios de los años veinte en Francia– no existía, estaba mal visto, era un capricho judío y alemán. Su comienzo es un momento en el que se ve muy acentuada la tensión del discurso de Lacan con el de los otros. Para que esta tensión tuviera un sentido, había que reconstruir lo que decía uno y otro, y de este modo se me fue imponiendo la cuestión novelesca, la dramática. Y ahí me di cuenta de que una vez tomada esta decisión, tuve la exigencia de preparar los textos para poder presentarlos en esta forma dialogada. Otra ventaja de la novela es que nos saca de la manipulación maniqueísta que divide las aguas en malos y buenos. La presentación de las ideas de este modo exige un cierto trato igualitario de las posiciones en juego. Las biografías que más conocemos planteaban algo así como que en Lacan habría un pecado original, que siendo médico había perdido el tiempo. Sin embargo, me parece que cuando él pasa al psicoanálisis lo hace sabiendo bien qué cosas deja de lado. No hay que olvidar que en ese momento era como meterse en el campo enemigo, en lo poco serio. Tuvo que enfrentarse con sus maestros, con sus compañeros. Entonces reconstruir todo eso tiene un valor. Por otro lado, no se retira de toda esa experiencia psiquiátrica con las manos vacías sino con inscripciones, con una semiología muy precisa, muy sofisticada de lo que era volverse loco que prácticamente ningún psicoanalista de su época tenía. Y precisamente esto tiene que ver con su originalidad, de lo que trajo al psicoanálisis.
–Yo creo que sí… Rápidamente me di cuenta de que había algo que me costaba entender de Lacan y que no tenía que ver con el estilo. A veces decía cosas incomprobables, falsas, o una fabulación, entonces de ahí salió como un anexo del libro anterior, otro que se llamó El escritorio de Lacan acerca de todos los trucos que él utilizaba para la transmisión. Cómo a veces para transmitir cuestiones verdaderas él tenía que hacer algunas tergiversaciones. Pero lo que se me fue imponiendo poco a poco es que Lacan no era alguien que pensaba solo, o que pensaba de la nada, o que no tenía en cuenta a quien lo escuchaba. Era un discurso en tensión. Entonces por un lado había que rescatar los conceptos, las ideas, el aparato doctrinario pero por otro muchas veces el sentido se perdía si no se tomaba en cuenta contra quién lo decía. Había un pensamiento contra, a veces contra sí mismo, con cosas que había dicho antes y esto a veces se materializaba en rivales del presente. Y si uno no puede reconstruir esas tensiones y cree que todo es hoy, puede cometer anacronismos. Y esto mismo hace que Lacan muchas veces se vuelva oscuro. Y en ese sentido me pareció que si había un momento de tensiones absolutas era en el comienzo. El se formó como un neuropsiquiatra en el mejor lugar del mundo para formarse como eran en ese momento los hospicios de París y se volvió psicoanalista en un ámbito donde el psicoanálisis –principios de los años veinte en Francia– no existía, estaba mal visto, era un capricho judío y alemán. Su comienzo es un momento en el que se ve muy acentuada la tensión del discurso de Lacan con el de los otros. Para que esta tensión tuviera un sentido, había que reconstruir lo que decía uno y otro, y de este modo se me fue imponiendo la cuestión novelesca, la dramática. Y ahí me di cuenta de que una vez tomada esta decisión, tuve la exigencia de preparar los textos para poder presentarlos en esta forma dialogada. Otra ventaja de la novela es que nos saca de la manipulación maniqueísta que divide las aguas en malos y buenos. La presentación de las ideas de este modo exige un cierto trato igualitario de las posiciones en juego. Las biografías que más conocemos planteaban algo así como que en Lacan habría un pecado original, que siendo médico había perdido el tiempo. Sin embargo, me parece que cuando él pasa al psicoanálisis lo hace sabiendo bien qué cosas deja de lado. No hay que olvidar que en ese momento era como meterse en el campo enemigo, en lo poco serio. Tuvo que enfrentarse con sus maestros, con sus compañeros. Entonces reconstruir todo eso tiene un valor. Por otro lado, no se retira de toda esa experiencia psiquiátrica con las manos vacías sino con inscripciones, con una semiología muy precisa, muy sofisticada de lo que era volverse loco que prácticamente ningún psicoanalista de su época tenía. Y precisamente esto tiene que ver con su originalidad, de lo que trajo al psicoanálisis.
–Está muy marcado en el libro el cruce de este discurso con el surrealismo. Como si esto funcionara como puente para ir hacia el psicoanálisis.
–También me sorprendió encontrar esto. Porque, si uno lee la biografía de Elisabeth Roudinesco, André Breton apenas figura, o André Masson (pintor francés surrealista y cuñado de Lacan) que aparece sólo como una figura familiar. En ese primer momento, estoy hablando de sus años de residencia neuropsiquiátrica, lo que sirvió como palanca para poder salir de ahí, fue fundamentalmente el contacto con los surrealistas. Así como creo que en los años que vienen, de 1932 a 1936, fue la filosofía.
–También me sorprendió encontrar esto. Porque, si uno lee la biografía de Elisabeth Roudinesco, André Breton apenas figura, o André Masson (pintor francés surrealista y cuñado de Lacan) que aparece sólo como una figura familiar. En ese primer momento, estoy hablando de sus años de residencia neuropsiquiátrica, lo que sirvió como palanca para poder salir de ahí, fue fundamentalmente el contacto con los surrealistas. Así como creo que en los años que vienen, de 1932 a 1936, fue la filosofía.
–Es muy interesante la polémica entre el surrealismo y la neuropsiquiatría que se plantea en el libro, por ejemplo en el tema del automatismo mental.
–Sí, una pelea que se da incluso en una escena, en un ateneo clínico que le hacen las grandes cabezas de Francia a los surrealistas, así como también los surrealistas, encabezados por Breton con la novela Nadya, habían pedido la cabeza de los neuropsiquiatras. En la figura de Nadya se ve la debilidad de las dos posiciones, tanto la del cinismo psiquiátrico de encerrarla como ese optimismo surrealista de pensar que la locura es mágica. Lacan conoció bien las dos cuestiones y se mantuvo al borde de esa cornisa, casi como un moderado. El creía que Nadya estaba loca y también creía que sus producciones y sus delirios tenían que ver con lo humano, las dos cosas.
–Sí, una pelea que se da incluso en una escena, en un ateneo clínico que le hacen las grandes cabezas de Francia a los surrealistas, así como también los surrealistas, encabezados por Breton con la novela Nadya, habían pedido la cabeza de los neuropsiquiatras. En la figura de Nadya se ve la debilidad de las dos posiciones, tanto la del cinismo psiquiátrico de encerrarla como ese optimismo surrealista de pensar que la locura es mágica. Lacan conoció bien las dos cuestiones y se mantuvo al borde de esa cornisa, casi como un moderado. El creía que Nadya estaba loca y también creía que sus producciones y sus delirios tenían que ver con lo humano, las dos cosas.
–En el libro hay un comentario acerca de la evolución del carácter de Lacan que está entroncado con su relación con Victoria Ocampo, a quien usted le da una gran importancia en este giro o cambio en su personalidad.
–Me parece que con todo lo que cuento, voy insinuando que Lacan estaba más del lado de la fobia, la fobia en su sentido más positivo que es la que, por miedo a quedar encerrados en una idea, nos hace leer todos los libros, los autores. Esto es lo que él muestra cuando se representa a sí mismo o a su discurso como la estrella del ferrocarril que permite mandar trenes a todos lados. Esto es también uno de los puntos por los que a veces no se entiende Lacan, es porque está pensando al mismo tiempo en varias direcciones. Esta fobia creativa es también la que lo hace tener puntos de contacto con el primer surrealismo. Pero por otro lado, estaba una posición viril, masculina que tenían él y sus pares de plantarse fuertemente con una intolerancia que ahora nos resultaría difícil de soportar en nuestros ámbitos. En aquel entonces, como se ve en las revistas, había un maltrato mutuo llamativo. Esa cosa dura, de riña de gallos en un momento histórico de guerra, de nacionalismos, un sostener lo propio a toda costa aparece en los primeros artículos de Lacan, eso tuvo que dejarlo de lado.
–Me parece que con todo lo que cuento, voy insinuando que Lacan estaba más del lado de la fobia, la fobia en su sentido más positivo que es la que, por miedo a quedar encerrados en una idea, nos hace leer todos los libros, los autores. Esto es lo que él muestra cuando se representa a sí mismo o a su discurso como la estrella del ferrocarril que permite mandar trenes a todos lados. Esto es también uno de los puntos por los que a veces no se entiende Lacan, es porque está pensando al mismo tiempo en varias direcciones. Esta fobia creativa es también la que lo hace tener puntos de contacto con el primer surrealismo. Pero por otro lado, estaba una posición viril, masculina que tenían él y sus pares de plantarse fuertemente con una intolerancia que ahora nos resultaría difícil de soportar en nuestros ámbitos. En aquel entonces, como se ve en las revistas, había un maltrato mutuo llamativo. Esa cosa dura, de riña de gallos en un momento histórico de guerra, de nacionalismos, un sostener lo propio a toda costa aparece en los primeros artículos de Lacan, eso tuvo que dejarlo de lado.
Y en ese sentido me parece que la figura de Victoria Ocampo fue decisiva para que él se diera cuenta de la ridiculez, de la debilidad de tal ejercicio de fuerza. Victoria Ocampo detectaba con facilidad este gesto masculino y le gustaba cortar cabezas, disfrutaba con descubrir la ridiculez masculina. En ese momento, para el joven Lacan fue muy liberador, una operación liberadora que fue anterior a su análisis. Es más probable que haya sido uno de los factores que le permitió la posibilidad de un psicoanálisis propio.
–¿Tanto peso tiene esta relación entonces?
–Yo creo que tuvo mucho peso. Hay un hecho, él venía escribiendo artículo tras artículo hasta el año 29 y después se quedó mudo un año y medio para retomar la cuestión desde una perspectiva mucho más matizada, más rica, teniendo otro tipo de interlocutor. La coincidencia es enorme. Ahí hubo un terremoto que se produjo en Lacan como se produjo también en Roger Caillois, en otra dirección, pero es evidente que Victoria Ocampo produjo un terremoto en la posición intelectual de Caillois.
–Yo creo que tuvo mucho peso. Hay un hecho, él venía escribiendo artículo tras artículo hasta el año 29 y después se quedó mudo un año y medio para retomar la cuestión desde una perspectiva mucho más matizada, más rica, teniendo otro tipo de interlocutor. La coincidencia es enorme. Ahí hubo un terremoto que se produjo en Lacan como se produjo también en Roger Caillois, en otra dirección, pero es evidente que Victoria Ocampo produjo un terremoto en la posición intelectual de Caillois.
–Por sus palabras se ve que tiene el proyecto de proseguir esta novela.
–Sí, yo creo que la novela de formación no termina cuando decide entrar al psicoanálisis y el final de su paso por la neuropsiquiatría que concluye con una tesis muy polémica sino que después también es conflictivo, complicado y muy rico en su entrada en el psicoanálisis. Lacan siente sorpresa y también perplejidad ante lo que se encuentra: quiénes son los psicoanalistas, cómo es el suyo, cómo se va armando el psicoanálisis como institución en París. Y va viendo y tomando distintos elementos de autores que estaban peleados entre ellos. Pero por otro lado, viene con toda su formación psiquiátrica y va apareciendo con mucho vigor e interés la formación filosófica de Lacan. De eso da cuenta su acercamiento al seminario de Kojève sobre Hegel pero también la cuestión de Heidegger. Todo esto lo convirtió en un psicoanalista raro. De eso se tratará el próximo tramo.
–Sí, yo creo que la novela de formación no termina cuando decide entrar al psicoanálisis y el final de su paso por la neuropsiquiatría que concluye con una tesis muy polémica sino que después también es conflictivo, complicado y muy rico en su entrada en el psicoanálisis. Lacan siente sorpresa y también perplejidad ante lo que se encuentra: quiénes son los psicoanalistas, cómo es el suyo, cómo se va armando el psicoanálisis como institución en París. Y va viendo y tomando distintos elementos de autores que estaban peleados entre ellos. Pero por otro lado, viene con toda su formación psiquiátrica y va apareciendo con mucho vigor e interés la formación filosófica de Lacan. De eso da cuenta su acercamiento al seminario de Kojève sobre Hegel pero también la cuestión de Heidegger. Todo esto lo convirtió en un psicoanalista raro. De eso se tratará el próximo tramo.